492 archivos de vídeo con mujeres bajándose las bragas o drogándose en el aseo de señoras
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La culpa fue de la maldita luz. Julián nunca sospechó que un simple corte de luz podría llevarle a la cárcel. Pero fue esa la causalidad que sacó a relucir su oscuro secreto.
Sucedió en agosto de 2015. Una tarde, estando él de vacaciones, la luz se cortó en el bar de copas que regentaba en Tafalla (Navarra). El local se quedó sin música y a la camarera que había quedado como encargada se le ocurrió husmear en el ordenador del bar en busca de algún vídeo musical para ambientar el establecimiento. En la carpeta 'Mis Vídeos' encontró otra carpeta llamada 'TOI'. Al mirar en su interior se encontró con cientos de vídeos grabados en los baños del propio bar. Clientas orinando, clientas drogándose... En total, 492 archivos. 77,4 gigas. Estaban ante un voyeur épico.
La camarera que se encontró el pastel y otro par de compañeros copiaron tanto material como pudieron en memorias USB y acudieron a la Policía Foral. Los agentes buscaron la cámara en el aseo del bar pero ya no estaba allí. Dio igual. Los vídeos eran suficientemente elocuentes.
Durante el juicio ha quedado demostrado que al menos durante cinco meses, entre agosto de 2014 y enero de 2015, el bar Txoko de Tafalla fue como el perverso motel protagonista del último libro de Gay Talese. El voyeur aquí era Omar Julián Convers Vásquez, un treintañero nacido en Colombia que había convertido el aseo de señoras del local que regentaba en su Gran Hermano particular.
Julián colocó un falso enchufe junto al lavabo, apuntando al inodoro. En la carcasa del falso enchufe ocultó una pequeña cámara espía. Estaba estratégicamente situada a unos 80 centímetros del suelo. En muchas de las grabaciones se ven nítidamente los genitales de las clientas al sentarse o levantarse del váter.
El condenado no ha podido negar que fuera él quien estuviera detrás de ese ojo indiscreto; también él aparece en las grabaciones, decenas de veces, a menudo en primer plano, acercándose al falso enchufe para cambiar la cámara (primero utilizó una que grababa de forma continuada, luego otra que solo se accionaba cuando detectaba movimiento) o reemplazar las tarjetas de memoria.
La Policía contabilizó imágenes de 326 mujeres —varias de ellas aparecían en más de una ocasión—, incluidas su esposa y su hija. 22 de las mujeres identificadas eran menores.
En el juicio, que echó a andar a mediados de mayo, la fiscalía le acusó de 120 delitos contra la intimidad , uno por cada una de las 120 víctimas que han presentado denuncia. Pedía 333 años de prisión para él. Al final, la condena se ha quedado en mucho menos.
Esta semana el titular del Juzgado de lo Penal número 4 de Pamplona dictaba sentencia. El magistrado entiende que todos los delitos caben dentro del denominado “concurso ideal homogéneo”. Es decir, interpreta que hubo una invasión genérica de la intimidad de una pluralidad de personas, pero que esa lesión se produjo a consecuencia de una sola acción (la colocación de la cámara) y que las mujeres no fueron filmadas “por su identidad concreta, sino por ser usuarias de un baño en un bar”. Si hubiera habido un grabado selectivo de personas,la sentencia hubiera sido mucho mayor.
Al final, su pulsión voyeurista le ha costado a Julián el bar, su matrimonio —su mujer ha iniciado los trámites de divorcio— y cuatro años entre rejas. Además, deberá indemnizar a cada una de las 120 mujeres denunciantes con cantidades que oscilan entre 1.000 y 6.000 euros.
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